Cuenta la historia que cuando a Julio Iglesias el último de sus vástagos le tiraba un potito a la cara aquél se refugiaba horrorizado en el cuarto de baño y, en lacónica letanía, que huele a retirada, recitaba unas frases sacadas de una novelita de Thomas Bernhard: “¿cuál es mi entrada en escena? ¿qué papel tengo que cantar? ¿cuándo he de salir? ¿volver a entrar? ¿aparecer ante la gente? ¿situarme ante el mundo? ¿qué horrible maestro de canto tengo?, toda mi vida ha sido echada a perder por un horrible maestro de canto”. Y ahí, encajonado entre el bidet y la taza del váter, dándose pequeños golpecitos contra la pared, como un Tim Robbins cualquiera, esperaba la llegada de Miranda, que lo abrazaba y le limpiaba el rostro. Con los dulces y cálidos labios de Miranda.
martes, 20 de abril de 2010
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